" OCURRIÓ ESTE INFAUSTO ACONTECIMIENTO EN 1217, SIENDO JUEZ DE TERUEL DON DOMINGO CELADAS"... |
Cuenta
la tradición que por aquel entonces vivían en Teruel los jóvenes Juan Diego Martinez
de Marcilla e Isabel de Segura, descendientes de familias muy principales. La
vecindad de ambas casas y el trato constante desde la infancia se convirtieron
con el tiempo en un profundo amor mutuo; entonces Juan solicitó a D. Pedro
Segura, padre de Isabel, la mano de su hija.
Este, aunque estimaba las nobleza y las dotes del pretendiente, rehusó aceptar excusando su escasez de fortuna por tener hermano mayor que heredaría a su padre, según el derecho foral aragonés, en tanto él podía dotar a su hija con generosidad. Informado Juan de esta dificultad, resolvió pedir a su amada un plazo para obtener la hacienda necesaria al deseo de su padre.
Isabel le concedió cinco años y él partió a la guerra, donde
combatió valerosamente en la batalla de “Las Navas de Tolosa” (1212) y
“Muret”(1213).
Durante su ausencia, D. Pedro intentó con ahínco que aceptara a
otros pretendientes, pero Isabel, fiel a su promesa, no aceptó a ninguno.
Llegado a su fin el plazo y como Diego de Marcilla no regresaba,
Don Pedro apremió a su hija para que se casara, y ésta, viendo que el plazo de
los cinco años había pasado sin saber nada de su amante, aceptó.
Enseguida su
padre concertó la boda con un señor de Albarracín, el señor de Azagra.
Entonces regresó Juan
cargado de honores y riquezas, cuando Isabel pertenecía a otro señor ante Dios
y los hombres.
El amante, desesperado, se reunió
con su amada para despedirse de ella, rogándole, que en prenda de su imposible
amor, le diese un beso con lo cual se daría por satisfecho.
Isabel, invocando su honor, lo negó y entonces, tras intentarlo de
nuevo, Diego cayó muerto a sus pies.
Enterado el marido de cuanto acababa de ocurrir,
decidió llevar el cuerpo del amante a la puerta de su casa, donde al amanecer
lo descubrió su padre, Don Martín de Marcilla, quien luego del natural
sobresalto, transido de dolor, dispuso el entierro de su hijo en la Iglesia de
S. Pedro.
Durante la celebración litúrgica, todos los asistentes vieron acercarse al cuerpo inanimado, a una dama encubierta que, llegando hasta él, descubrió su cara y le besó, quedando allí reclinada hasta que en el momento de iniciarse el entierro, fueron a apartarla y descubrieron que era Isabel de Segura, quien no obedecía a los ruegos de que se apartara porque estaba muerta.
Ante el asombro de los presentes, y después de que el novel
marido relatara lo acontecido, se decidió enterrar juntos a los dos amantes que
desdichados habían sido en vida.
Isabel
ya nunca más se separó de Diego.
¡Aquel
último Beso los unió para siempre!