De una pureza de estilo, su trazado, sobrio dentro de las
inimitables filigranas y aun recargos de adornos a que casi inconscientemente se
deriva al tratar el Barroco, buscando más la composición que el detalle, sin
despreciar a éste por completo, Pedro Palacio, el Zaragozano, trazó los tres
medallones en los que aún hay alguna reminiscencia en la forma de su ejecución de
los Renacentistas Berruguete y Joli; trazos valientes si que un tanto duros, aunque
no muy acusados en el central y la derecha (La Anunciación y Santiago) más definidos
en el de la izquierda (San Pedro); de tal forma aun llamaba la atención dicha escuela
que en el tiempo en que se construyó el Frontal, cuando ya el Barroco se había
formado, aun se conservaba la retina herida por la visión del
Renacimiento. A ello se debe sin duda el nombre con que el vulgo dio en
llamar a la obra el «Frontal de San Pedro de la Catedral, porque sin duda
alguna es lo que más llamaba la atención: el repujado del medallón de San Pedro;
y como muy bien dice el adagio: «Vox pópuli...», efectivamente es, de los tres,
el mejor repujado, en el que se ve más seguro el buril del artista, y en el
que, entre sus «brusquedades», se percibe claramente el martillazo creador.
Una
vez repujados estos tres motivos—base de la obra —hubo de encuadrarlos y aquí
echó mano del estilo; el Barroco le daba material, o mejor dicho, motivos
ornamentales más que suficientes para la composición, sólo hubo de tener la
discreción, o por mejor decir, el gusto artístico necesario, que sabe
abstenerse de hojarasca inútil que sólo sirve para distraer vanamente la atención
sin dejarla fijar en algo determinado, que no tema las miradas de la crítica,
recurso desgraciadamente muy socorrido y por tanto muy usado por las medianías que
tal vez tengan una maravillosa ejecución, pero también, tal vez, ignoren que en
una obra de arte, es la que se unen admiráblemente en el mismo artista, la mente
creadora y a su servicio la mano hábil que ejecuta.
Por depronto, repujó los
angelotes que sostienen los medallones de factura irreprochable junto con los
rasgos anejos al estilo, guirnaldas; etc., y luego, quiso hacer algo que
llamase la atención, y empezó, con verdadero conocimiento del oficio, a abollar
la chapa, para luego, en las volutas de encima de los medallones, rematarlos en
esquina viva, alarde, si se quiere, más de artesano que de artista; no
obstante, el conjunto de la obra también lo acredita como tal, y no de los
menos inspirados.
Murió Pedro Palacio, sin poder terminar la obra, en la que
sin duda puso su cariño, si bien dejó ya trazados los jarrones de azucenas de
los lados, y unas manos hechas a su escuela, que habían de terminarlo, también
con cariño, su hermano, fue el que dio remate a la obra, que en esta
Catedral puede admirarse, como uno de los más valientes repujados de su época.
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